No tengo ganas de seguir escarbando. Esta vez, noto que mi sentimiento circula por delante de mi profesión. No me sale contar qué pasa porque me da pena. Me esmero, aunque me cueste, en evitar plantearme qué ocurrirá. Hago esfuerzos por obviar el cómo, el cuándo y el por qué. El ayer es nostálgico y el mañana temeroso. Prefiero vivir en la incertidumbre del ahora porque, en esta situación, la duda enmascara pensamientos peligrosos. Me da miedo encontrar argumentos feos y sospechosos que me alumbren el final del camino. Quiero evitar pensar. No es cobardía, se trata de administrar el tiempo. Percibo que no hay tiempo para eso. ¿Para qué, pues, buscar la razón en un club repleto de contrasentidos?
La solera de la entidad luce desconsoladamente acuchillada como un muñeco de vudú. El equipo deambula en la absoluta mediocridad, la plantilla está lamentablemente 'desasturianizada', el puesto de entrenador es un mero refugio para un señor que (por deferencia hacia su ex entrenador) debió salir hace meses, muchos dirigentes tragan el marrón de continuar por obligación y el máximo accionista es un tipo sin escrúpulos, incapaz, en su día, de saber que el fútbol es incompatible con el negocio; y, ahora, lo suficientemente avaricioso y mezquino como para no aceptar su venta por unos cuantos euros de menos, apoyándose, además, en excusas tan aparentemente coherentes como nada creíbles. La figura de Alberto González está tan sumamente desgastada que resulta inevitable reírse (por hacer algo) de cualquiera de sus explicaciones.
El panorama es así de árido y desolador, lo suficientemente doloroso como para volver la mirada y gastar esfuerzos inútiles en pedir responsabilidades. Los culpables van sobrados de publicidad, así que no merece la pena nublarse ahora por su mísera gestión. Al Oviedo, afortunadamente, le sobra afición y, por el momento, dispone de tiempo. Son los únicos activos reales que le quedan, a la espera de algo mejor. No vale mirar atrás, ni pensar, ni gritar, ni regodearse en la injusticia. Sólo hay que actuar: escuchar al corazón y dejar brotar el oviedismo para darse cuenta de que el equipo implora más que nunca el apoyo de su hinchada. La marea azul debe volver a ser el suero que le mantenga con vida, debe hacer correr el problema para abrir la caja de las soluciones, debe acudir al estadio, arropar al equipo para que sienta sus fuerzas, que son muchas. Sólo por ahí se puede invertir el precipicio y comenzar nuevamente a escalar.
El presente, desgraciadamente, es tan poderoso que sólo demanda inmediatez. Es hora de actuar. No esperes.
SOSREALOVIEDO.
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