jueves, 6 de enero de 2011

Pelayo Novo Garcia




PEDRO ZUAZUA:
Sucedió en el minuto 60 del partido contra la Real Sociedad B. En ese momento la tablilla de los cambios marcaba el número 6, el de Pelayo. El público comenzó a desesperarse ante un cambio que, tal y como iba el partido, era, cuando menos, extraño. Se oyeron silbidos y el ambiente empezó a caldearse. Fue entonces cuando Pelayo Novo García, centrocampista del Real Oviedo formado en El Requexón, demostró que está preparado para ser el capitán de este equipo. Y lo demostró porque muy pocos jugadores son tan valientes como para mostrarse generosos ante un técnico al que la grada no quiere y, sobre todo, porque con tan solo 20 años dejó muy claro que quiere al Real Oviedo, que es consciente de cómo está el entorno y de lo que su cambio iba a suponer en ese momento. Con un único gesto, el de alzar las manos para indicar al público que él había pedido el cambio por lesión, Pelayo se convirtió en el capitán moral de un equipo que necesita imperiosamente un líder. El Carlos Tartiere siempre ha sido un campo difícil para los canteranos. El descenso a Tercera División nos hizo mirar con algo más de cariño a la gente de la casa. No había otro remedio. Sin embargo, el público oviedista siempre ha sabido reconocer al jugador que lleva en la sangre el orgullo, el valor y la garra. Sucedió con Michu, al que la grada apadrinó de inmediato. El reconocimiento a Pelayo tardó algo más en llegar, pero fue muy sincero. Tuvo lugar en el partido ante el Castilla de la pasada temporada, cuando fue sustituido. El Tartiere se puso en pie y le dedicó una más que cariñosa ovación. No se aplaudían solamente los dos goles que había marcado, sino que se aplaudía una forma de ser, de jugar y de entregarse al equipo. Fue realmente emocionante. Pelayo es el ejemplo de lo que debería ser un jugador formado en El Requexón. Es una persona educada, tranquila, con el punto justo de garra, estudia una carrera universitaria, nunca ha dado un problema y, sobre todo, ha sabido esperar su momento. Rodeado de muchas futuras estrellas que seguramente acaben estrelladas, Pelayo ha tenido siempre la ventaja de estar bien aconsejado y de tener la humildad necesaria para ganarse el respeto de todos sin hacer nada raro. Es el ejemplo más claro de que con trabajo, dedicación y un poco de cabeza se puede llegar a donde uno quiera. No se puede encontrar un ejemplo mejor para nuestra cantera. Si todo el mundo en el club se deshace en elogios hacia él, por algo será. Las estadísticas aportan, además, la importancia de Pelayo en el medio del campo. El equipo gana mucho en el juego aéreo cuando él está. Y parece que va adquiriendo confianza y presencia. Lo único que se le podía reprochar al chico era que miraba demasiado poco a la portería contraria, y resulta que ya empieza a soltar la pierna y a buscar las escuadras. Tiene defectos, desde luego, y todavía le falta el temple necesario para saber cuándo hacer o no una falta, pero tiene algo que ni se compra ni se gana con los años, y es que transmite ilusión. Castigados como estamos los oviedistas por el fútbol moderno, que deja poco lugar para el romanticismo, este deporte es tan extraño que consigue que un chico de 20 años dé la razón a los que pensamos que no todo es cuestión de dinero. Al final, por muchos jugadores que se traigan de fuera, por mucho nombre y mucha trayectoria que se tenga, hay un componente que no es económico: el de ser capaz de aportar algo más que las patadas al balón. La grada, por alguna extraña razón, sabe reconocer de inmediato al jugador que tiene algo distinto. Pelayo es, por derecho propio, ese jugador diferente que necesita el Real Oviedo. Es el ejemplo más claro de que se puede triunfar en el mundo del fútbol sin necesidad de irte en alevines a un equipo supuestamente mejor, de que el trabajo y la honradez son la mejor inversión, de que los capitanes de un equipo se eligen ellos mismos, por una especie de selección natural, y de que el cariño y el respeto de los tuyos sólo se gana si eres un señor, aunque tengas 20 años. Pelayo es el capitán moral de este equipo y, después de años de dedicación, trabajo y humildad, sólo tuvo que hacer un gesto para que todos lo entendiéramos

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